
Irving Penn
Estados Unidos, 1917–2009
Durante la Primera Guerra Mundial nace en Philadelphia y un año antes de comenzar el segundo conflicto mundial se traslada a Nueva York para desarrollar su carrera a lo largo de toda la Guerra Fría. No obstante, Irving Penn nunca pudo haber hecho carrera en el fotoperiodismo bélico; por el contrario, se convirtió durante el siglo XX en leyenda y maestro, inventado una de las estéticas black & white más reconocibles en la fotografía de los trapos de lujo y en el retrato (posándole las celebridades socio-culturales más dispares). Siempre desde el confort de su estudio —el santuario protegido de incómodas veleidades climatológicas y una iluminación siempre controlada—, cimentó una de esas habituales colaboraciones longevas que se da en la industria gráfica de la moda, colaborando sesenta años con la cabecera estrella de Conde Nast: Vogue.
Al margen de estos menesteres, Irving viajó por el mundo dejando sobrios testimonios antropológicos de las indumentarias indígenas de otros continentes, fotografiando taparrabos de fibra vegetal de aborígenes del Cuzco con idéntico interés y rigor que lo hiciera con un abrigo de astracán de Balenciaga en Nueva York. Con gran economía de medios, el animista Penn, consigue con una única y miserable fuente de luz y sus idiosincrásicos fondos neutros aislar y dotar a sus retratados y a las prendas de sus modelos de alma —o más bien se la arranca para mostrárnosla—. ¿Por qué será que la severidad de las imágenes incoloras consiguen traslucir las verdades de las que el color es incapaz?
La crítica nunca lanzó unanimidad sobre su obra: para unas sus encargos comerciales eran demasiado artísticos, siendo para otros sus imágenes artísticas demasiado mercantiles. El caso es que la obra a sueldo de Irving Penn cuelga en los museos y aparece en los lotes de las casas de subastas más clasistas, incardinando ambos enfoques. Tal dicotomía no es necesaria. Hace ya siglos que el arte derivó en mercancía y no por ello es menos arte. Todo artista quiere vender el suyo, sencillamente para poder seguir trabajando y no morir —emocionalmente— en el intento.