
Retrato de Picasso
Salto de valla.
Finalizada la Segunda Guerra Mundial, Picasso se instala definitivamente en el sur de Francia, en Cannes, la ciudad costera y azul donde solía pasar los veranos alejado de París. En La Californie (villa de estilo belle époque) comienza una vida en común con Jacqueline Roque: sería su última pareja y su último espacio de trabajo. Además de seguir pintando óleos y crear esculturas, en su nuevo hogar se entregará frenéticamente a las únicas dos técnicas picassianas que la clase media puede permitirse: la cerámica y las artes gráficas.
Siendo quienes eran uno y otro, Irving Penn no podía dejar de retratar a Pablo Picasso, con lo que se plantó en La Californie, donde le informaron que le monsieur no se encontraba. No se lo creyó. Su asistente, muy resolutivo, saltó la verja allanando la propiedad para confirmar, efectivamente, lo contrario. Al parecer, Irving convenció a Pablo para una breve sesión de diez minutos. El fotógrafo, con su habitual minimalismo de medios, hizo posar al otro con una capa cordobesa y un sombrero de ala hasta conseguir un misterioso encuadre que arranca el ojo derecho de su cara, mostrando solamente el comunista, el izquierdo —su ojo militante— en un rayo de luz que se ensancha en diagonal con caravaggesco efecto.
Un salto repentino a una valla jamás produjo un retrato tan dramático de una persona nacida en Europa.