Juan de Valdés Leal
España, 1622–1690
El sevillano Juan de Valdés Leal fue un ejemplo perfecto de Barroco español: ingenioso, imaginativo, oscuro y obsesionado con la muerte, tema que plasmó en numerosos ejemplos de su trabajo pictórico, donde abundan cadáveres en descomposición y demás escenas tétricas. Su arte, que roza —y traspasa— lo macabro, es ideal para degustar en Halloween.
Se sabe poco de su infancia, a parte de que la pasó en Sevilla, aunque también pasó unas épocas alternadas en Córdoba, donde contrajo matrimonio con otra pintora llamada Isabel Martínez de Morales.
Pintó santos y mártires para iglesias andaluzas y tuvo éxito con estas imágenes, pero su personalidad empezaba a ser controvertida ya que abundaban las acusaciones de soberbia y de altivez, de tener un temperamento violento. Su gran rival en la época era Murillo, según cuentan, mucho más calmado, aunque existe la leyenda urbana de que Murillo dio en una ocasión viendo una de sus pinturas: «Compadre, esto es preciso verlo con las manos en las narices». Es típico del Barroco la rivalidad entre artistas, y —todo hay que decirlo— gracias a ella, el arte avanzó bastante.
Por su pintura fue conocido como «pintor de los muertos». Si aparecía un cadáver.alguna cabeza cortada o miembro amputado o una figura con aspecto de zombie, rápidamente se adjudicaba su autoría a Valdés Leal.
No conocemos, entre los artistas españoles, ningún otro que más se complaciese en representar asuntos tétricos y horripilantes para poner de manifiesto ante sus contemporáneos las terribles victorias de la muerte, a la cual basta un ligero soplo para convertir la juventud, la belleza, el talento, la santidad, el heroísmo y cuantas cualidades, virtudes y grandezas sirven al hombre de poderoso estímulo en la vida, en inertes masas, en repugnantes despojos, en vil carroña, festín de gusanos y carcomas. [1]
Por supuesto, gracias a este sensacionalismo, sordidez y carácter pendenciero, la figura de Juan de Valdés Leal fue idolatrada por los artistas románticos del XIX.