Rafael Romero Barros
España, 1832–1895
Rafael Romero Barros es una de esas joyas del Romanticismo español escondida tras la potente y alargada sombra de su famoso hijo, Julio Romero de Torres. Nacido en Moguer (actual provincia de Huelva), su formación artística la realizará en Sevilla, donde aprenderá a pintar de la mano del paisajista Manuel Barrón, teniendo como compañeros de clase a los hermanos Valeriano y Gustavo Adolfo Domínguez Bécquer. [1]
En el taller de Barrón tomó el gusto por el paisaje, cuya temática asimilará en su obra, así como un dominio de la luz y el color que, ante sus cuadros, es difícil decir si estamos ante una pintura o una fotografía tomada con el último modelo de smartphone. Es uno de esos pintores que se mueve entre el Romanticismo más pleno y antecede el Realismo que se dará a finales de siglo. Sus distintas representaciones de la sierra cordobesa son una buena prueba de ello.
Como Murillo, empleará niños en sus obras, sus propios hijos, dotando a estos cuadros de una cercanía popular que bebe del pintor barroco sevillano, cuyas obras seguramente conoció al vivir en la capital andaluza.
Se puede decir que fue un romántico completo, en todo el sentido de la palabra, ya que no sólo se dedicó a pintar sino que, una vez instalado en Córdoba a mediados siglo, ocupó el cargo de conservador del Museo de Pinturas, secretario de la Comisión de Monumentos, así como fue el fundador de la Escuela de Bellas Artes, por hacer un resumen de su amplio (y poco remunerado) curriculum [2]. Si bien podemos pensar que estos puesto son oficios que hoy en día están bien remunerados, en su momento, Romero Barros realizó todos esos trabajos por amor al Arte, y nunca mejor dicho.
Además, se le conoce por su carácter cercano y amable, un tipo «buena gente» que se preocupó por sus allegados y por los intereses de los trabajadores, ocupando el cargo de secretario en la Asociación de Obreros e inculcando esos valores a sus hijos.
Su obra y su legado han quedado para siempre unidos a Córdoba, ciudad que le debe buena parte de la conservación y el buen conocimiento de su patrimonio, así como un buen catálogo de cuadros, principalmente emplazados en la sierra y los alrededores de la ciudad.