Rudolf Schlichter
Alemania, 1890–1955
Rudolf Schlichter fue uno de los más importantes artistas de la Neue Sachlichkeit, la Nueva Objetividad alemana, esa extraña corriente que durante la República de Weimar rechazaba el expresionismo y prefería un agrio realismo que a veces rozaba la más exagerada caricatura, que cómo sabemos a veces es la forma más eficaz de ilustrar la verdad.
Schlichter inicia su carrera como pintor de esmaltes en una fábrica de Pforzheim. A partir de 1910 empezó a autodenominarse «decadente» y a vestir como su ídolo Oscar Wilde. Compartía piso con una prostituta y se ganaba la vida realizando dibujos pornográficos.
Años después tuvo que luchar, como muchísimos otros artistas de su generación, en la I Guerra Mundial, pero Rudolf, comunista y pacifista, se puso en huelga de hambre para largarse de esa carnicería.
En 1919 llega a Berlín y su carrera artística despega entre cabarets, dadaísmo, e hiperinflacción. La República de Weimar trajo miseria, pero el ocio se convirtió en un medio de evasión de masas, de escapismo social, y los intelectuales y artistas alemanes protagonizaron ese momento de esplendor cultural en esa Europa de entreguerras.
Schlichter desarrolló un arte muy personal, político, picante, amargo, hilarante, sucio, genial… Y de vez en cuando dejando ver su fetichismo por los zapatos. Pero en torno a 1927 comenzaría la desaparición paulatina de los temas políticos en sus obras. Quizás se deba a que descubrió su catolicismo o al matrimonio con Elfriede Elisabeth Koehler, alias Speedy.
La llegada de Hitler no hizo más que volverlo más pesimista aún, y aunque fue encarcelado y tachado de degenerado, pudo salvar el pescuezo. Schlichter seguiría viviendo después de la guerra en Múnich.