Theodore Géricault
Francia, 1791–1824
32 años vivió uno de los introductores del romanticismo en la pintura. Y de ellos sólo 10 pintando, en los que el talento de Theodore Géricault destacó del de todos sus contemporáneos. Una estrella joven que acentuando el dramatismo de sus obras dejó con la boca abierta a medio mundo.
Aún así, prefirió huir de los grandes encargos oficiales y se centró en escenas de la vida cotidiana y temáticas poco populares y escabrosas (naufragios, retratos de locos, trata de negros, cadáveres…).
Si fuera un cineasta, su género sería el terror.
La corta vida de Géricault está plagada de extrañas leyendas. Para empezar, se dice que muy joven tuvo una relación con su tía, dejándola incluso embarazada. En sus estudios de pintura dio desde el principio evidentes muestras de rebeldía al no respetar las reglas. Su primer cuadro fue, como no, un autorretrato. Era reacio a toda otra figura de autoridad, pero aún así, sus maestros no pudieron más que alabar su genio pictórico.
Por este temperamento fue el prototipo de hombre romántico, moda que unos años después arrasaría toda Europa. Un dandy que quería ante todo no ser como los demás.
Se interesó muy pronto por los retratos de pacientes de psiquiátricos y enfermos de todo tipo. Al poco introdujo estos rostros en sus enormes pinturas: oscuros y depresivos lienzos cargados de expresividad que construyó a partir del arte de su ídolo Rubens y de otro famoso precursor del romanticismo, Goya.
Su obra más famosa fue «La Balsa de la Medusa», que relataba el momento en el que son rescatados los náufragos de un barco. De los 147 tripulantes de esta balsa construída improvisadamente con restos del naufragio del Méduse, sólo 15 sobrevivieron, llegando a recurrir al canibalismo para sobrevivir. Géricault investigó construyendo una réplica exacta de la balsa en su estudio, entrevistando a algunos de los enloquecidos supervivientes y acudiendo a morgues para estudiar la textura y color de la carne putrefacta para dar un extremo realismo a su pintura.
Los caballos fueron otra de sus pasiones. Pintó cientos de equinos y practicó la hípica con el mismo ímpetu que la pintura. Quizás una de sus múltiples caídas provocó el mal que arrebató su vida apenas cumplidas tres décadas, algo que sin duda fue del gusto romántico y convirtió su nombre en un mito.
Géricault enciendió una antorcha, la del romanticismo, que seguiría portando su amigo y discípulo Delacroix, siete años menor.