Androcles y el león
Una espinita clavada.
En su jaula andaba el esclavo Androcles, esperando a ser devorado cualquier día por las fieras del circo romano. Pero una noche vio abierto el cerrojo de su jaula por un descuido de los guardias y escapó de la mazmorra corriendo hacia el bosque como alma que lleva el diablo.
Se pasó la noche corriendo, muy cansado, comiendo y bebiendo lo poco que aparecía en el camino.
Al amanecer, Androcles estaba agotado. Tanto que le pareció ver una alucinación: vio un enorme león que casi no podía moverse. La bestia lloraba como un gatito. Androcles se acercó con cautela y le preguntó:
— ¿Qué pasa, amigo león?
— Pues acabo de pisar una espina muy afilada con la pata. Estoy viendo las estrellas y no paro de sangrar… La tengo clavada y no me la puedo quitar ¡Ayúdame, por favor!
Androcles no era tonto. Sabía que el león podía comérselo de un bocado, pero tampoco podía permitir dejar al pobre animal sufriendo así. Así que al final se apiadó y acercándose lentamente, comprobó la pata del felino. Efectivamente, ahí había una espina del tamaño de una flecha.
Como era esclavo, Androcles sabía de curar heridas, así que con mucha habilidad, extrajo la espina de un golpe y arrancando un trozo de tela de su túnica vendó la pata al león.
Poco a poco, el animal se fue recuperando.
— No sé cómo agradecértelo, amigo… ¡Me has salvado el culo! Pídeme lo que quieras.
— Bueno… —rió Androcles— para empezar no me comas…
— ¡Trato hecho! Pero tengo bastante hambre… Por favor, acompáñame a mi cueva. Ahí tengo carne de sobra para los dos y me encantaría compartirla con mi salvador. ¡Te debo una!
— Bueno, ahora que lo dices… Yo también tengo hambre. Apenas he comido un par de bayas.
— Acompáñame, colega.
Androcles ayudó a caminar al león, que todavía cojeaba, y juntos se fueron a la cueva, donde disfrutaron de una comida maravillosa. Hablaron, comieron y al final se hicieron muy amigos. ¡Tenían muchas cosas en común!
Al final de la velada, Androcles recordó que estaba en busca y captura y le dijo a su amigo felino que se tenía que ir. Ambos se despidieron y el esclavo retomó su huida.
Poco le duró la evasión a Androcles… en unas horas los romanos lo encontraron, lo cubrieron de cadenas y lo llevaron ante el emperador.
—¡A los leones con él! — dijo el jefe.
Androcles estaba atado, tembloroso en la arena del circo. En las gradas, miles de personas lo querían ver muerto.
Tras tocar unas trompetas, una puerta se abrió, y ante el esclavo apareció un enorme león de larguísimas melenas y más largos colmillos. La fiera se fue acercando, se fue acercando… y de pronto se abalanzó sobre Androcles… empezando a lamerlo.
—¡Dame un abrazo, hombre! — dijo el león.
Era por supuesto el león que había salvado.
Ahí estaban abrazados los dos amigos, compartiendo besos y carantoñas. El público estaba estupefacto y poco a poco fueron mirando hacia la tribuna del emperador.
—Bueno…—dijo el mandatario— ¿nadie esperaba esto, eh?. Después que se quejen los que hacen colas eternas para entrar en el Coliseo… no me diréis que aquí no se hacen espectáculos buenos… ¡La amistad entre un león y un esclavo!
El público enloqueció a aplausos y vítores.
—¡Ordeno que el esclavo y el león sean puestos en libertad para siempre!
La hecatombe. El coliseo se vio abajo. Aplausos y albricias. Androcles y el león salieron del lugar abrazados. Desde entonces siempre fueron amigos. ¡BFF!
Moraleja: Los buenos actos siempre son recompensados y los amigos, los de verdad, lo son para siempre.
¿Bonito, eh? Ojalá las moralejas funcionaran siempre. Y los que tengáis gatos, ya sabréis que las cosas no son así exactamente. Pero bueno, al menos sí funciona en arte. Aquí vemos al pintor Briton Riviere —experto en leones— ilustrando la bonita fábula de Esopo. Puede parecer un poco relamida la pintura, pero es que la historia es muy emotiva…
¡Que viva la amistad!