

Apolo y Jacinto
Contrastes.
A mediados del XVI, el escultor más macarra y pendenciero de Italia, Benvenuto Cellini, se hace con un buen bloque de mármol, perfecto para esculpir un conjunto a escala humana. Decide representar a Apolo y su (muy) joven amante Jacinto justo antes de la muerte de este y su posterior metamorfosis en la flor que lleva su nombre.
Cellini no teme recrear un amor abiertamente homosexual, algo perfectamente tolerado en la Antigüedad, y que entre los intelectuales del Renacimiento se hacía la vista gorda, aunque quizás Cellini se pase un poco al mostrar a Jacinto como apenas un niño.
El problema fue que en medio del trabajo, Cellini se dio cuenta de que el bloque estaba defectuoso. Al tallarlo en algunos puntos, el escultor notaba que sonaba distinto que en otros. Un experto como Cellini sabía lo que pasaba: una grieta. Por ello el escultor decidió dejar la obra inacabada.
Alguien, años después, la fue acabando más o menos. Y ahí radica lo interesante de esta pieza: el contraste entre el virtuosismo de Cellini y la mediocridad de los escultores que intentaron acabarla. La mano derecha de Jacinto es demasiado grande, algo imposible en un virtuoso perfeccionista como Cellini, al igual que el torso de Apolo, o su nariz y orejas, muy mal ejecutadas.
Otras cosas como el pelo visto por atrás sí son obra de Cellini.