Autorretrato en un espejo convexo
Los jóvenes manieristas italianos la empiezan a liar parda.
Un manierista de tomo y lomo era este Parmigianino. Porque a ver a quién se le ocurriría en el siglo XVI tal excentricidad de pintarse, ya no sólo en un espejo, sino en un espejo convexo.
Parmigianino nos habla así de su talento, su autorretrato, de la física, de la alquimia y de la representación en sí misma. De la pintura.
El artista, entonces de veintiún años (aunque hasta parece más joven) aparece distorsionado en medio de la habitación. El cuadro fue pintado sobre una tabla convexa especialmente preparada para imitar la curva del espejo. Así, esta pequeña joya circular de unos 20 centímetros de diámetro le serviría de carta de presentación para sus clientes, entre los que se encontraba el papa Clemente VII y muchos más ilustres personajes italianos de la época.
De hecho, esta visión anamórfica dejó alucinado a Vasari, que no pudo dejar de apreciar esta maravillosa trampa. Una obra realista que es totalmente irreal. Una obra que exagera el juego manierista, descartando la imitación al mismo tiempo que la respeta.
Esa mano gigantesca del artista, deformada en primer plano, muestra un anillo. Probablemente Il Parmigianino se representa trabajando, pintándose a sí mismo. Al fondo vemos la austeridad de la habitación del artista.