Autorretrato frente al caballete
Selfie de una artista con dos ovarios.
Tengo una especial debilidad por este tipo de obras, me gusta catalogarlas de «obras que pasan desapercibidas». Tú vas por el museo, con la guía puesta a todo volumen, parándote solo en las obras de artistas de renombre o con colores brillantes, y los pobres retratos o bodegones suelen quedar marginados de esas miradas. Pero, si concedes 5 minutos a mirar este cuadro tu mentalidad cambiará. En el vemos a una joven, con la cabeza alzada y una mirada desafiante. Sofonisba no tuvo miedo, con sus ojos nos dice sí, soy pintora y aquí mando yo.
Y es que tuvo que serlo, pues se sumergió en una profesión donde abundaba la testosterona, ya que las mujeres debían de guardar el decoro. Ser pintora, escultora o arquitecta en esos tiempos todavía no estaba bien visto (vamos, que, si le decías a tu madre que querías ser pintora, mínimo se rezaba el ave María 3 veces). Pero no solo es un autorretrato, para más inri osó realizar una pintura religiosa. Es decir, que rizó el rizo y la lió un poco parda.
El colorido vivo de la Virgen con el niño contrasta con las negras vestiduras que lleva. La forma que tiene de conectarse con el lienzo es digna de una mente prodigiosa, utiliza la luz y el pincel como vínculo de unión. Viste ropas cómodas y se recoge el cabello, no quiere que nada la moleste mientras crea. Nos mira a nosotros, haciéndonos partícipes de su pequeña creación.