Bañistas
Al agua!
Paul Cézanne pinta un bosque con un grupo de bañistas en el agua. Un paisaje idílico que casi abraza la abstracción y que parece tener una energía pictórica interna que hace moverse a las figuras por medio de esas características pinceladas del artista, solitarias y sintéticas. Es la técnica del facetado, que alterna tonalidades cromáticas para descomponer formas y jugar con el espacio, algo que volvería locos en el futuro a artistas como Picasso o Matisse, que dijeron aquello de: «Cézanne es el padre de todos nosotros».
Cézanne adopta un punto de vista entre el follaje, como el voyeur que en realidad era, pero no un voyeur de tetas y culos, sino de simples superficies y volúmenes, con un objetivo exclusivamente pictórico. Compone esos cuerpos desnudos de tal manera que consigue un maravilloso y muy difícil equilibrio entre todo ese movimiento vigoroso de las figuras y el descanso del entorno natural. Una fusión armónica entre figura humana y paisaje, como en una idílica imagen de la antigüedad.
Ese grupo de mujeres es una forma orgánica colectiva que dialoga con la naturaleza de a su alrededor a modo de polifonía. Y aunque esta pintura es sutil, en realidad no lo es: es orgiástica y voluptuosa, es resbaladiza y carnal. Es violentamente dinámica, casi deforme. Y aún así perfecta y serena.
A lo largo de su carrera, Cézanne volvió al tradicional tema de las bañistas en plena naturaleza y se acabó convirtiendo en todo un experto. Le dio vueltas y más vueltas hasta convertir lo clásico en moderno y de nuevo lo moderno en clásico.