Ciencia y caridad
Sobre la ciencia y el alma.
Comencemos una cuestión de lo más vertiginosa y que contiene en sí mil apéndices debatibles mediante una obra de arte. Esta es Ciencia y Caridad, el óleo sobre lienzo que Pablo Ruiz Picasso presentó como obra final para ingresar en la Facultad de Bellas Artes de San Fernando, en Madrid.
Alejémonos de explicaciones impuestas y consumamos nuestra reflexión autóctona. Nos hallamos ante una de las primeras obras de este gran genio, aunque sería un acto condenable tacharla de academicista, rígida o normativa; de todo esto no tiene absolutamente nada. Cierto es que la consideración cromática que Picasso hizo al realizar esta obra es espléndida (e incluso puede llegar a contener relaciones con lo tonos terrosos y ocres que Van Gogh también empleó en una de sus primeras obras Los comedores de patatas, pero dado que la realidad imita el arte, naufragaremos en un mar de simpleza si nos limitamos al mero deleite visual.
De este modo, abogo por el misticismo que se esconde en esta y la defino, sin lugar a duda, como una pintura puramente metafísica. Ciencia y caridad es Filosofía, es detrimento social; el malagueño verifica uno de los mayores conflictos que rodea al ser humano: la cuestión del cuerpo y alma. Como si de una balanza humana se tratase, la obra invoca, en un momento de lo más espiritual como es la muerte, la declinación natural que nos perturba, ¿Somos producto de un alma espiritual o nos definimos como individuos compuestos de simples tejidos celulares y átomos pululantes y regidos por un masa gris llamada cerebro que nos ordena, rige y determina nuestras emociones, sentimientos y actuaciones? Esta es para mí la reflexión que suscita la obra. Por un lado, el frívolo darwinismo que nos cogió la mano para no soltarla a principios del siglo XIX mientras que en el otro se encuentra nuestra primitiva inocencia de carrillos aterciopelados que abraza de forma totémica los credos que nos interconectan a otras vidas superiores, deleites magnéticos que transforman nuestra alma y son capaces de todo, hasta de salvarnos de nuestro propio fin.
Si analizamos esta obra junto a mi reflexión (que no tiene por qué ser la de otros) desde un punto de vista filosófico, hallaremos varias perspectivas y corrientes — enumerarlas todas sería una tarea que daría para otra memoria más— como la materialista que en este caso se situaría en el lado de la Ciencia y huiría de la caridad antropológica, defendiendo una constitución humana basada en una sustancia puramente científica y que se puede explicar únicamente a partir de la ciencia. Filósofos como Epicuro, Demócrito o Leucipo defendieron esta corriente, además de su intervención favorable en otras como el atomismo (todas estas corrientes reciben el nombre de presocráticas, es decir, anteriores al pensamiento de Sócrates). Más tarde vendría Platón y, posicionándose en el lado de la caridad picassiana, discreparía con materialistas y atomistas defendiendo que nuestro cuerpo no solo se define como una columna material y racional, sino que existe otro componente humano llamado alma. El platonismo alega por una clara separación entre cuerpo (que nos ata a la realidad, al mundo sensible) y alma (principio divino e inmortal), pudiendo ver a Platón más encomendado, en la obra, hacia el bando caritativo que el científico (entendiendo el caritativo como el que retiene el alma). Finalmente, Aristóteles se interpondría con su diplomacia helénica y abogaría por el término medio, definiéndose este como un individuo compuesto de manera democrática por cuerpo y alma, afirmando la imposibilidad de existencia de un cuerpo sin alma y de un alma sin cuerpo. Probablemente sería Aristóteles, con su discurso ideal, quien representaría a la muerte agonizante entre los dos extremos sensacionales (materialismo y dualismo). El término medio muere en un conjunto social que se guía por el idealismo.