Curva libre al punto
Sonido de acompañamiento de curvas geométricas.
El artista es la mano que toca una tecla u otra para causar vibraciones en el alma.
Kandinsky
Un poco pretenciosas las palabras de Kandinsky, aunque no por ello menos ciertas. El arte — el bueno, se entiende— hace vibrar el alma. Y… el malo quizás también.
Como las notas en la música, en pintura los colores suenan. Para el artista, el rojo recuerda a la alegría juvenil, a los tonos claros de un violín; el naranja emite salud y vida, como una campana, un barítono o una viola; el amarillo es inquietante y evoca al delirio, suena como una trompeta; el verde es la calma, como los tonos profundos del violín; el azul es puro e inmaterial, igual que un órgano, una flauta, un violonchelo; el violeta es lento como la vejez, como una gaita o un fagot…
A Kandinsky le volvían locos los colores y eran un elemento básico en su proceso creativo, tanto en lo teórico como en lo práctico. Por eso es tan raro ver una obra suya que sea monocroma, en blanco y negro.
Para Kandinsky el blanco es la alegría pura. Es un silencio lleno de posibilidades, es la pausa musical. El negro es la pura tristeza, apagado e inmóvil. Es también el silencio, pero sin posibilidades. Apagado como una hoguera quemada. Es el color más insonoro.
Kandinsky siempre relacionó música y pintura y a esta obra la subtituló Sonido de acompañamiento de curvas geométricas. Es casi como una partitura, el contraste entre blanco y negro, las curvas, los ritmos, los acentos… No sabemos qué melodía tendría en su cabeza, pero en los ojos parece un sonido bastante armónico…