Negro y violeta
Kandinsky pensaba que la música es el arte más abstracto.
A un toque de batuta estamos para que la sinfonía pictórica de Kandinsky empiece a sonar y tan sólo a unas pinceladas para que los armónicos del músico ruso Prokofiev se traduzcan en vibrantes, saturados y puros colores.
Kandinsky, abogado con inclinaciones artísticas, sufrió una revelación sensorial, sucedió en una visita al museo Hermitage durante la contemplación de la obra de Rembrandt, ante la que sintió que la pintura vibraba y sonaba, una experiencia sinestésica donde la vista oía la pintura. Y algo de eso debe de haber, de música en la pintura, cuando hablamos de colores vibrantes, de tonos cromáticos o de la armonía de la composición, términos comunes a la música.
Apasionado por ésta, especialmente por la ópera, decidió trasladarse a Munich en 1898 para formarse como pintor y buscar las melodías que había percibido a través de Rembrandt y Monet, de las que comprendió surgían de la asociación de colores, eran melodías cromáticas.
Kandinsky pensaba que la música es el arte más abstracto, el único que no imita la naturaleza, surge del interior del artista. Y esa fue su búsqueda pictórica, la abstracción, así que ambas artes tenían mucho que ver y sobre ello practicó y teorizó, aunando ambas disciplinas bajo la atenta mirada de las matemáticas y la geometría.
Su contemporáneo Serguéi Prokofiev hubiese preferido el ballet de Kandinsky y no el Bolshói, (con el que tantos problemas tuvo), un ballet de puntos y líneas, formas geométricas y masas de color, dispuestas a bailar su pieza La Danza de los Caballeros, música atonal y con grandes cambios de ritmo que los bailarines de la época no eran capaces de entender y mucho menos de bailar, el ballet Bolshói lo declaró imposible por su complejidad rítmica.
Si lo estáis oyendo ahora quizás no resulte del todo extraño ver la intensidad de los colores, de las formas triangulares, esferas, puntos y líneas que se desprenden con fuerza de las tubas, trompetas, trombones y violines. De igual manera que el lienzo de Kandinsky está plagado de formas musicales suspendidas en un espacio sin tiempo, el lienzo, esperando a ese toque de batuta que los ordene rítmicamente.