Muchos círculos
Los círculos nos recuerdan a los planetas bailando en el cosmos.
Cuando Kandinsky volvió a su Moscú natal tras la I Guerra Mundial, adoptó ciertos aspectos de los experimentos artísticos utópicos de la vanguardia rusa. Siempre había puesto énfasis en las formas geométricas, pero ahora conectaba con Malevich y compañía en cuanto a su esfuerzo por establecer un lenguaje estético universal.
De ahí que Kandinsky comenzara a expandir su propio vocabulario pictórico con obras como esta, basándose claramente en las composiciones del suprematismo y el constructivismo.
De regreso a Alemania comienza a crear su propia abstracción lírica: círculos, trapecios, líneas y colores… Todo podía ser contado de manera abstracta, como sucede con la música. El artista se une a la Bauhaus y ahí radicaliza aún más su experimentación geométrica, en este caso con círculos.
La importancia de los círculos en esta pintura se basa en esa imagen cósmica y armoniosa. “El círculo,” afirmó Kandinsky, “es la síntesis de las mayores oposiciones. Combina lo concéntrico y lo excéntrico en una sola forma y en equilibrio. De las tres formas primarias, apunta más claramente a la cuarta dimensión.”
Es por ello que una obra abstracta como esta parezca un conjunto de planetas en órbita armoniosa por el cosmos. Planetas de varios colores y tamaños dialogan y se solapan para conseguir una imagen del universo.