El acróbata Schulz V
La caricatura es el mejor retrato.
Albert Birkle exageraba los rasgos y los gestos de sus retratados. Era la República de Weimar (1918–1933) y se permitían los excesos, tanto en el arte como en la vida. La Nueva objetividad estaba a la orden del día, y se buscaba reflejar la realidad de la mejor forma posible: la deformación de la misma.
Birkle sabía que una caricatura podía representar mejor a sus modelos que un retrato convencional y por ello mezcló realismo, expresionismo, crítica social y cierta religiosidad para captar a sus personajes, todos miembros de la sórdida fauna berlinesa de los años 20, con sus cabarets y sus vicios. Una perfecta muestra de la sociedad alemana de los años pre-nazismo.
El acróbata Schulz nos muestra a un personaje misterioso. No sabemos a qué viene ese gesto extraño en la cara. Es una caricatura, es un retrato, es una crónica de su tiempo, extraño y fascinante. Es un ser humano.
El mundo del circo era muy querido por estos artistas y Schulz era una especie de hombre de goma, un Jim Carrey alemán de los años 20 que podía poner la cara que quisiera a su antojo. Lógico que un artista como Birkle, especializado en retratos expresivos se sintiera cautivado por este super-poder y retratara a este artista circense en varias ocasiones.