El banco del parque
Autorretrato de un autodidacta.
Este podría ser el último autorretrato del inusual artista Horace Pippin, aunque quizás era un vecino suyo al que le gustaba sentarse en un banco en Everhart Park, en West Chester, a pocas calles de la casa del pintor.
Vemos a un hombre negro, solitario y reflexivo en una obra extraña, colorida, ingenua, mágica. Cierto es que Pippin la dejó inacabada (moriría mientras la hacía), pero conserva su inconfundible estilo, de un autodidacta genial.
Pippin había sido soldado en la Primera Guerra Mundial y combatió con la compañía K (una unidad compuesta principalmente por negros), hasta que un francotirador alemán le hirió en su brazo derecho. Pippin volvería a casa con su mano casi inutilizada, y para rehabilitarla un poco decidió ponerse a decorar cajas de cigarros con carbón vegetal a modo de terapia.
El resultado fue que no dejó de pintar a partir de entonces. De las cajas de puros pasó a lienzos más y más grandes que captaron la atención del público por su deliciosa ingenuidad casi infantil (y ya sabemos lo difícil que puede ser pintar como un niño). Una especie de Rousseau mezclado con el estilo de Grandma Moses que realizaba coloridas escenas históricas, religiosas y de la vida cotidiana de su país y de su raza.
Al público estadounidense le encantó ese estilo, alejado de toda prepotencia y pedantería, y durante los años 30 y 40 Pippin gozó de un gran éxito entre crítica y público, convirtiéndose en uno de los artistas negros más destacados del siglo XX y dejando una producción maravillosa que nos habla de su país y su raza.
Su última obra, The Park Bench, bien podría tratarse del propio Pippin sentado en el parque una mañana otoñal, feliz por su viaje, en el que gracias a un soldado alemán descubrió el arte.