Centauromaquia
Centauros salidos.
El mismo día de su boda, Hipodamia —una de las mujeres más hermosas de toda Grecia e inminente reina de los lapitas— fue violentada por uno de los invitados, el centauro Eurito, que a causa de probar el vino por primera vez se puso todo loco de lujuria y empezó a decir ordinarieces de borracho chungo. Ovidio explica muy bien el calentón:
«(…) Porque a ti, el más bestial de los bestiales, Eurito, te ardía el corazón tanto por el vino como por la visión de la novia, y reinaba una embriaguez que duplicaba la lujuria (…)».
Metamorfosis, libro XII
De pronto, el resto de centauros borrachos y salidos decidieron imitar a su colega y ponerse a intentar violar griegas (y, porqué no, también a griegos jóvenes) a diestro y siniestro. Al final la boda acabó como el rosario de la Aurora entre peleas, saqueos, violaciones y demás barbaridades.
Es lo que pasa por invitar a centauros a una boda. Afortunadamente, tras la guerra entre centauros y lapitas a causa de este violento incidente, los griegos saldrían victoriosos y expulsarían a los centauros para siempre. Desde entonces no se ha visto ninguno.
Pero quedan muchas centauromaquias, las representaciones de este suceso, y para el arte griego supone la metáfora perfecta el triunfo de la civilización sobre la barbarie.
Y desde luego, qué mejor que el arte barroco (en este caso de la mano del holandés italianizado Karel Dujardin) para plasmar semejante espiral de emociones, violencia, patadas, coces y dinamismo extremo.