La escalera de Jacob
Un colocón celestial.
Desde la Biblia hasta Shakespeare, pasando por el folklore irlandés o la Grecia clásica, Blake absorbía como una esponja toda inspiración para escupirla en forma de obras místicas y surrealistas. En la Escalera de Jacob el artista británico representa el capítulo 28 del Génesis, libro del Antiguo Testamento.
Lo onírico de esta escena no pertenece sólo al estilo etéreo de Blake, sino también al sueño que está viviendo Jacob, tendido en una dulce cabezada en un lugar desconocido después de un largo día de viaje. El muchacho contempla un maravilloso desfile de mujeres angelicales que, con elegante parsimonia, suben y bajan una escalera en espiral ascendiente hasta los cielos. La expresión y la postura de Jacob nos aseguran el deleite del joven con tal panorama de belleza femenina.
En el capítulo bíblico se narra a continuación la aparición de Dios, que le explica a Jacob su legitimidad sobre la tierra en la que está descansando. Cuando Jacob despierta, funda allí la sagrada ciudad de Bethel. Estos hechos no quedan descritos en la obra estática, aunque es evidente que algo glorioso está a punto de suceder en la cúspide de la escalera: allí estalla un sol deslumbrante, a pesar del cielo oscuro y estrellado del inferior de la imagen. La atmósfera divina está reforzada por muchos factores formales que disponen una dinámica de ascensión, como la composición triangular que forma la escalera, enmarcada por la inclinación de los dorados rayos solares.
Al contemplar la obra del artista prerromántico parece que nosotros mismos vamos a ser bendecidos con un viaje divino. La sublimidad de la escena, con su suave transición de colores, provoca una absorción espiritual que nos deja aturdidos. Pocos artistas pueden igualar el trabajo de Blake en su carácter hipnótico, convertiendo un antiguo texto religioso en un colocón celestial para todo aquel que admire la imagen.