La red de arenque
La sal del mar.
En el verano de 1883, Winslow Homer se mudó al pueblo pesquero de Prouts Neck (Maine), donde se quedaría hasta su muerte. Homer ya estaba fascinado por estos pueblecitos de Nueva Inglaterra desde 1870, donde vio (y plasmó) la lucha del insignificante ser humano contra la imponente naturaleza. Pero ahora, viviendo cerca del mar, ese elemento tan importante en su vida y su obra, pudo al fin pintarlo hasta la saciedad en una serie de obras maestras acojonantes, como es el caso de esta.
Vemos aquí a dos pescadores jugándose la vida a diario para pillar unos arenques. La gente que madruga y produce de verdad. La sal de la tierra (o del mar en este caso). Dos personas, que aunque son anónimas, son muy dignas de ser retratadas, ya que son dos valientes que con esfuerzo, colaboración mutua y humildad consiguen dominar un poco al océano, al menos hasta el día siguiente.
Sobre una minúscula e inestable barca, podemos percibir claramente el peligro, ya que en cualquier momento una ola puede mandarlos a ellos a dar de comer a los peces invirtiéndose la pesca.
Una vez más, este cuadro comunica algo universal y atemporal: el mar es ese lugar que nunca llegaremos a controlar, incluso que nunca llegaremos a entender, por mucho que lo exploremos geográficamente o artísticamente, como hizo Homer.
Pero por ahora nos da de comer… al menos hasta el día siguiente.