La rueda de la fortuna
Un concurso en perpetua emisión.
Mi rueda de la fortuna es una imagen fiel a la realidad; viene a buscarnos por turnos a cada uno de nosotros, y luego nos aplasta.
Estas verídicas o extremadamente pesimistas palabras escribió Edward-Burne Jones, el autor de la pintura que estáis viendo. Es un perfecto ejemplo del afán de este artista por los mitos clásicos o las leyendas medievales, temas predilectos de sus obras.
Se trata de una composición contundente, con dicha rueda como protagonista, ocupando todo el plano del cuadro.
A la derecha, hay una mujer gigantesca, apoyada sobre la rueda y en el clásico contrapposto. No es una mujer real, se trata de la mismísima diosa de la fortuna, envuelta en una antigua toga, con unos pliegues que nos recuerdan a los de las mujeres de Botticelli, como por ejemplo su Judith.
En el lado opuesto, de tamaño inferior, aparecen tres hombres prácticamente desnudos, con unas posturas y anatomía que recuerdan en este caso a Miguel Ángel y sus figuras en los frescos de la Capilla Sixtina. Son personajes que no tienen nada en común: uno es un rey, otro es un poeta y el último un esclavo. Sus estilos de vida, riqueza y poder no podrían ser más dispares, pero poco importa eso ante la imponente rueda de la Fortuna, que los atrapa a todos y mueve a su antojo, sin importar los bienes materiales.
Burne–Jones debía ser conocedor de las teorías del color, por ejemplo la que escribió Goethe en 1810, ya que la gama colorística en esta obra es de vital importancia: los tonos oscuros, marrones y apagados predominan en el lienzo de reducidas dimensiones, generando una sensación de agobio, una atmósfera que sofoca al espectador, y un mensaje tan pesimista como las palabras que escribió. La rueda de la fortuna no para de girar, impasible, y nos lleva a todos por delante.