La urraca
La luz sobre la nieve.
En estos tiempos el impresionismo ni existía, ni se le esperaba. Pero dentro de Monet ya crecía algo… Empezaba a ver como en la naturaleza cada instante se marchaba y llegaba uno totalmente nuevo. La luz era distinta en 10 segundos. Los colores también. Decidió que, como artista, era su deber salvaguardar, documentar cada instante fugitivo como algo único e irrepetible.
En la blancura de la nieve, esto quizás se veía mejor. La luz crea a cada momento infinitos tonos de blanco diferentes —blancos que en realidad son malvas, azules o amarillos, pero en conjunto son nieve— así que para captar esto, Monet unió pinceladas naciendo esta suerte de proto-paisaje impresionista, un movimiento que eclosionaría 5 años después precisamente de la mano del propio Monet y que se caracterizaría por, como en este cuadro, ser pintura al aire libre para captar la belleza del paisaje y sobre todo lo efímero de su luz.
El blanco y sus diferentes variedades lo dominan todo aquí. Solo es diferente esa urraca negra posada sobre ese cierre de madera, como una nota en una partitura, y por ello esta ave es el centro visual del cuadro, a donde nos lleva nuestra mirada al observarla y la protagonista del mismo. Hasta en el título. Después de todo es el único ser vivo de la escena.
Por supuesto, esta pintura sin figura humana no gustó nada en Salón oficial de París de ese año.