Las amapolas
Del periodo de plenitud de Monet.
Estas flores fueron a menudo protagonistas en la obra de Monet. El pintor francés que inició el impresionismo muestra su entorno en cada pintura, insistiendo y repitiendo a menudo los mismos motivos. Así lo hizo durante casi toda su obra, pero especialmente en una de sus épocas más creativas, y en la que se sitúa este cuadro, en el período feliz de Argenteuil.
Argenteuil es una ciudad francesa cercana a París, donde Monet se instaló en 1871. Allí vivió durante siete años, los cuales fueron de una gran fecundidad artística tanto para él como para sus colegas impresionistas (Sisley, Manet, Renoir…). Los paisajes de esta región ofrecen una variedad de escenarios perfectos para captar una luz mágica que se traducirá en los más bonitos colores de la paleta.
La luz de la naturaleza es quien manda en la obra de Monet. El cuadro carece de una complicada composición artística. Como buen impresionista, carga con mucha tinta el pincel, de hecho, si nos esforzamos podemos coger alguna amapola del campo. Pinta el paisaje con líneas curvas lo que le da al cuadro un aspecto fluido y ondulante.
Dejando atrás las preocupaciones teóricas, plasma la simplicidad de un campo de amapolas donde reina la tranquilidad. De hecho, no se preocupa en detallarnos el rostro de los que posiblemente fuesen su mujer Camille y su hijo Jean. Ellos son un pretexto en la obra. El paisaje atrapa la vista, y podemos tardar hasta unos minutos en darnos cuenta de que hay otra pareja en el cuadro.
Lo verdaderamente importante es la luz, la luz proyectada en cada flor del campo, en cada nube desplazada por el viento o en la casa perfectamente escondida entre los árboles. Incluso si estamos mucho tiempo observando la obra, podremos imaginar como las nubes se van moviendo o como Camille y Jean vuelven a casa. Esto se debe a la maravillosa técnica de Monet, más allá de un simple lienzo, realiza una impresión a cámara lenta, deteniendo el tiempo de los campos de Argenteuil.