Las almas de Acheron
En los límites del infierno.
Los muertos recientes parece que flotan en las orillas del río Aqueronte, en ese mundo inferior tan oscuro y lúgubre donde acabaremos todos. Las almas deben cruzar en el bote de Caronte (ahí lo vemos remando al fondo) antes de llegar a su destino final, de ahí que todo el mundo esté tan desesperado. Estiran sus brazos y gesticulan, a ver si Hermes Necropompos intercede por sus almas y las conduce al mundo de los muertos para descansar en paz.
Hay que mencionar que un pintor de la talla de Himéry-Hirschl sabía como pintar tanto carnes como telas (¡Como mola esa vaporosa tela central!). Todas estas figuras tan lánguidas y pálidas se amontonan alrededor de Hermes, que camina entre ellas con su caduceo en la mano (el bastón alado con dos serpientes: los farmacéuticos lo conocerán bien) y su casco, que le daba invisibilidad.
El dios olímpico, además de guiar las almas de los fallecidos, era el mensajero oficial de los dioses, y también el dios de las fronteras y los viajeros que las cruzan, del ingenio y del comercio en general, de la astucia, de los ladrones y los mentirosos. Sin duda no le faltaba trabajo.
Pero Hermes era implacable en esta dura labor de las Pompas Fúnebres, aunque no insensible a las súplicas y los sufrimientos de estas pobres gentes que acaban de morir, incluidos niños.