Las tentaciones de san Antonio
Una orgía de pintura.
San Antonio Abad fue un ermitaño que vivió entre los siglos III y IV. Antonio era bastante rico, pero cuando cumplió 20 años se le dio por vender todo lo que tenía, entregó el dinero a lo pobres y se retiró a vivir a cuevas del desierto. Cada vez cuevas más lejanas para vivir en absoluta soledad, hasta que murió a los 105 años.
Un tipo solitario, san Antonio, aunque en una ocasión se le acercó una jabalina con sus jabatos ciegos en actitud suplicante (por Dios… ¿hay algo más triste…?) y Antonio curó la ceguera de los bebés jabalí. Desde entonces la madre no se separó de él y le defendió de las alimañas.
En medio de esa soledad el santo tenía otra compañía: por supuesto, el Diablo, que se fijó como objetivo tentar a san Antonio a todas horas con lo típico: lujuria, poder y riquezas. El eremita sufrió todo tipo de delirios entre los que se contaban las imágenes de mujeres desnudas en actitudes de lo más desinhibidas tentándolo para degustar el exquisito placer de la carne.
De ahí que los artistas de todas las épocas representaran estas tentaciones, a veces de forma tan explícita y sensual como en este caso. El modernista croata Robert Auer muestra a san Antonio desesperado en esta excesiva orgía de sexo, drogas y rock and roll. Las flores, el humo embriagador y las mujeres retozando son una terrible batalla para el santo, que se tapa la cara para huir de la tentación, y al final suponen un símbolo de la resistencia cristiana a las impurezas de este mundo.
Sorprende, de todas formas, semejante ramalazo de erotismo en una obra religiosa, aunque la explicación es evidente: había clientela.