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Vanitas a lo grande.
Pese al hiperrealismo (cuidadito con esta palabra) de las esculturas de Ron Mueck y lo fiel que es anatómicamente al ser humano en ellas, hay una cosa que las diferencia de «la realidad»: su escala.
Algunas de sus esculturas son pequeñas, otras enormes, pero Mueck nunca las hace a escala humana. Según él, Nos reunimos con personas de tamaño natural todos los días.
Pero para esta instalación, Mueck opta, además de aumentar, por multiplicar. Nada menos que 100 cráneos humanos apilados que pueden recordar a unas catacumbas, o a Ruanda, al Museo del Genocidio Camboyano, a la Guerra de los Balcanes… Ya sabemos que en arte, un cráneo suele simbolizar la certeza de la muerte, la fugacidad de la vida y lo absurdo de la vanidad. Pero claro… un cráneo multiplicado por cien da lugar a otras asociaciones, más aún a esa escala.
Asociaciones negativas —las atrocidades cometidas por el ser humano antes de ayer, u hoy mismo— o asociaciones positivas —una especie unida con una cosa en común: esa hermosa y extraordinaria calavera, una estructura maravillosa, un milagro de la biología—.
Efectivamente, el cráneo es un sofisticado prodigio de la naturaleza que, como diría Indiana Jones, debe estar en un museo.