Metrópolis
Las personas se sienten solas juntas.
Diez años antes de la Metrópolis de Fritz Lang, su paisano George Grosz ya nos había mostrado su preocupación por el futuro de las ciudades, cada vez más grandes y cambiantes. Cada vez más superpobladas.
Berlín para Grosz es de color rojo. Estábamos en plena Primera Guerra Mundial y el Expresionismo de principios de Siglo todavía coleaba. Además, el artista se permite tontear con el Futurismo o incluso el Cubismo para expresar más eficazmente lo que quería expresar, que al parecer no era precisamente una utopía. La ciudad como una especie de veneno espiritual, algo que llevamos mucho tiempo advirtiendo desde HA!
Grosz, veterano de guerra, no era precisamente optimista en cuanto al futuro, y veía la ciudad el perfecto ejemplo de a dónde se avecinaba la sociedad de la época: a su propia destrucción. Todo amontonado, todo acelerado, todo deshumanizado, todo pendiente de un frágil hilo. Más de cien años después, aquí seguimos los Homo Sapiens, buscando la forma más ridícula de mandar todo al carajo, y además hacinados en metrópolis, importándonos todo una mierda, menos lo que no es para nada importante.
No dista mucho la sociedad inculta y egoísta de 1917 de la de hoy. Como en esa grotesca Metrópolis, hoy todo parece estresante, con una perspectiva deformada, amenazante… Pisándonos unos a otros, corriendo sin motivo, atropellando… Hoy los pinceles de Grosz también evidenciarían nuestro ensimismamiento en una ciudad similar, con los mismos dañinos habitantes: empresarios corruptores, políticos y jueces corruptos y un clero en su momento moralmente más bajo. Y nosotros, el atrezzo, alienados.
Este cuadro sería pionero de la posterior Neue Sachlichkeit (Nueva Objetividad) y más tarde, ejemplo perfecto del Entartete Kunst (Arte degenerado) expuesto por los nazis para ridiculizar el arte moderno.