Calle de París, día lluvioso
París visto por el impresionista (injustamente) menos conocido.
Gustave Caillebotte (de 29 años) y los impresionistas aparecieron a finales de los 70’s para dinamitar el arte establecido.
París ya no era el aburrido y oscuro territorio medieval de sus padres. Ahora estaba teñido de luz y lleno de sorprendentes y excitantes novedades, como la fotografía o el alumbrado público. Y sus bulevares estaban llenos de vida incluso cuando llovía.
Caillebotte estaba un poco harto de viejas y apergaminadas pinturas. De pronto, empezó a usar encuadres atrevidos y lenguajes de instantáneas claramente inspiradas en la fotografía y a dejarse influir por esas extrañas estampas japonesas que circulaban por los sitios más underground.
Este sacrilegio lo llevó a ser rechazado por el viejo arte oficial (cosa que sucede siempre con cada nuevo y amenazador movimiento) y a buscarse la vida con otros «artistas renegados» como Renoir o Monet.
Aún así, se puede ver la enorme pericia técnica del artista, heredera de su realismo inicial, que capta a la perfección la profunda perspectiva, la actitud del parisino anónimo de la época y el efecto del agua en la Plaza de Dublín, lugar que actualmente se conserva bastante bien.