Cabeza de ternero y lengua de buey
Purgatorio cárnico.
Gustave Caillebotte vivía sobre una carnicería y seguramente veía imágenes como esta todos los días cuando entraba y salía de casa. Cabezas, lenguas, vísceras y demás cachos de animal muerto, que vistas así provocan cierto desagrado.
Aún así, un pintor de la talla de Caillebotte representa esta casquería con colores muy agradables (maravillosos rosas, malvas y rojos), con pinceladas moderadas y tonos pastel, para que no parezcan cosas que —parafraseando al Coronel Trautman— harían vomitar a una cabra.
Caillebotte, siempre dispuesto a representar lo cotidiano, opta por enseñarnos uno de esos escaparates de carnicería que abundaban en el París de la época. Además, tanto la cabeza de un ternero (con salsa gribiche) como la lengua de un buey (con salsa picante), eran platos muy apreciados en los bistrós parisinos en los años ochenta del XIX y la burguesía francesa pagaba bastante por degustar este claro ejemplo de la repugnante e hipercalórica cocina francesa. Quizás el artista quiso jugar con el contraste entre lo apetecible del plato elaborado y lo poco apetecible de las materias primas.
Visto con ojos de hoy, la pintura es extraña. Una mezcla de lo vivo y lo muerto colgado en una especie de zona gris neutra, casi un purgatorio cárnico.