Una víctima de la sociedad
Recuerda al tío August, el inventor infeliz.
George Grosz regresa de la Primera Guerra Mundial con absoluto desprecio por una sociedad que había permitido tal absurda barbarie. El progreso, la razón, la ciencia no habían valido de nada… todo lo contrario. Se habían usado también como herramientas de destrucción.
Ante eso, el artista retrata a un inventor que ha fracasado, y por tanto está infeliz, frustrado y cabreado. Un collage hecho con fragmentos de cosas útiles e inútiles, que da igual una cosa que la otra: ojos descolocados y desubicados, una navaja de afeitar al cuello, pan, una prótesis mecánica, una manguera enrollada, botones cosidos al lienzo, y sobre todo —y ante todo— ese gran signo de interrogación en la frente… Solo que parece que la pregunta ha desaparecido. Sólo queda ese todo que forma un grotesco autorretrato, el de una víctima de una sociedad autodestructiva.
El colega de Grosz, el también muy dadá John Heartfield, escribe sobre esta obra en el catálogo de la exposición de la primera gran Feria Internacional Dada de Berlín (1920), y lo deja todo más claro que el agua: Cualquier posibilidad de evolución está cortada de raíz. Sólo sobrevive la pedante costumbre de abotonar cuidadosamente la chaqueta hasta el cuello. Simple, pero ordenado.