Mujer con boina naranja y cuello de piel
El adulterio como una de las Bellas Artes.
Retrato de Marie-Thérèse Walter, amante de Picasso desde 1927 (cuando aún estaba casado con Olga Khokhlova).
Picasso era una figura casi mitológica en el mundo del arte; Marie-Thérèse, una niña de diecisiete años y medio. Mientras ella estaba a la salida de las Galeries Lafayette de París, el pintor se acercó a ella y usó su viejo truco: proponer hacer un retrato suyo. Nadie podía negarse a ser retratado por Pablo Picasso.
Pero Marie-Thérèse no tenía ni idea de quien era ese señor bajito.
Picasso no se rindió. La llevó a una librería y le mostró un libro con su nombre en la portada. Ahí Marie-Thérèse se convenció de que ese señor era importante. Y ahí empezó su relación.
Picasso mantuvo esta unión adúltera en secreto hasta que ella se quedó embarazada años después. Pero tras nacer la pequeña Maya, el poeta Paul Eluard le presentó a Dora Maar y de pronto Picasso volvió a encontrase en la misma tesitura. Desde luego, el pintor era un genio del adulterio.
¿Solución? Separarse definitivamente de Olga (el divorcio era impensable: ella se llevaría buena parte de la fortuna del pintor) y quedarse con Marie-Thérèse y con Dora. La rubia y la morena, el día y la noche, el sol y la luna, la vida familiar y la bohemia. ¿Estaba ellas de acuerdo con este extraño triángulo de amor? Para nada. Era toda una disfuncional fuente de dramas, pero eso al cabrón de Picasso le encantaba. Era bueno para su arte.
El pintor retrató muchas veces a ambas amantes. Aquí vemos Marie-Thérèse, con su pelo rubio cubierto de una boina naranja, pero hay retratos de Dora que tienen casi la misma cara (cambia el pelo a moreno). A modo de Mr. Potato, Picasso va colocando un ojo aquí, una boca allá, una oreja ahí… Es como si para el artista ambas mujeres fueran intercambiables, híbridas.
Poco después Pablo conocería a Françoise, y Olga iría desapareciendo del mapa.