Mujer con sombrilla
Una mujer y su misterio
Detente ahí,
le dice Monet a Camille. Ella lo hace, extrañada. Pero, Claude…,
Ahí está bien, créeme…
Ella se siente incómoda, de todas las ocasiones en que la ha retratado, nunca ha habido tal diferencia de altura entre el pintor y ella, la modelo. Él, unos metros más abajo, la mira, fascinado.
Mientras Monet colocaba su caballete, Camille debió sentir algo parecido a cuando le pedimos a un transeúnte que nos tome una fotografía y este se aleja demasiado y nosotros desconfiamos de cómo saldrá la imagen.
Pero ella conocía a su marido: no se caracterizaba por hacer las cosas al uso. Una extravagancia más, venga.
Camille abrió su sombrilla y la elevó para protegerse del sol y Claude la contempló como lo haría un niño a su madre cuando esta lo busca para volver a casa.
La lejanía que hay entre los dos convierte a Camille en un monumento femenino compuesto por veloces y luminosas pinceladas, y del que podría decirse que las nubes son una extensión de su vestido.
Vaya arte el de Monet: transfigurar a una persona en flor, sendero o nube.
Aunque no pasa lo mismo con Jean, que aparece a un lado de Camille, y que más que un niño parece un pequeño espantapájaros con las mejillas sonrojadas. Seguramente a Jean le costaba quedarse quieto bajo el sol cuando su padre lo pintaba. Está ahí por razones compositivas más que por buena conducta.
Si a un grupo de personas que hubiera visto este cuadro se le preguntara si en él hay un niño, muchos titubearían al responder. Y no dudarían solo por la poca naturalidad con la que Jean está pintado, sino porque Monet hizo dos estudios de Mujer con sombrilla, uno mirando a la derecha y otro a la izquierda, y en ninguno de ellos retrató a su hijo.
En ambos ensayos las pinceladas son más toscas, lo que produce «errores» como la poca definición de las manos, por ejemplo. Sin embargo son lienzos que no tienen nada que envidiar a la obra final por lo mucho que invitan a imaginar. Al no definir las facciones del rostro, Monet no pinta a Camile…, pinta a una mujer y su misterio; una mujer que fija su atención, no sabemos si en un punto del camino, en un pensamiento tormentoso o en un recuerdo bienquerido.
La opacidad de su rostro contrasta con la luminosidad de la atmósfera, así como la blancura de la luna contrasta con la oscuridad del universo. El arte es contraste en armonía.
El rostro sin facciones de esta mujer es una de las muchas lunas que hay en el universo de la pintura.
De los tres lienzos, el ensayo mirando a la derecha me resulta el más sugerente porque además de fijar la atención en nosotros, el cuerpo se percibe más ligero y decidido (la valentía, quizá, sea eso: naturalidad al avanzar). A uno le gustaría subir y pasear con esa mujer, o solo verla andar por el sendero hasta que su figura, su vestido y sus pensamientos, se conviertan en paisaje.