Naturaleza muerta, de Morandi
Los bodegones del maestro son como un susurro pintado.
Estamos ante un acontecimiento aparentemente sencillo que Giorgio Morandi eleva a momento único e irrepetible en el universo. Es el encuentro poético de siete objetos, todos distintos, cada uno con su personalidad propia, pero en comunión, en diálogo y armonía unos con otros.
Son objetos domésticos, cosas cotidianas que el artista considera suficientemente importantes como para dedicarles no solo este cuadro, sino toda su carrera. Morandi tenía en su estudio un suministro de jarrones, botellas y frascos que usó como modelos para muchas de sus obras. Las cambiaba de sitio, variando las composiciones, y creaba obras totalmente distintas aún usando los mismos modelos y la misma paleta.
En eso se parece a Cézanne, una de sus principales referencias artísticas, que Morandi imitó bajo el filtro de la pintura metafísica, dotando a sus obras de un misterio presente incluso en los objetos más mundanos.
Aunque probablemente la verdadera protagonista de la obra de Morandi es esa luz limpia que baña sus sencillas naturalezas muertas.
Estos bodegones son casi un cuestionamiento de lo real, pese a que el autor extraiga su iconografía de la realidad más cotidiana. Quizás sea porque nos da la impresión de que el artista los creaba con una mirada lenta, eliminando todo simbolismo pero evocando a la vez mil misterios, prescindiendo de cualquier narrativa aunque contando una historia en cada silenciosa pincelada. Un silencio que es casi como un susurro pintado.
Mientras Morandi pintaba estas obras que transmiten una paz y una calma casi hipnóticas, Europa estaba en los años más crudos de la guerra.