Sin título
(Negro sobre gris)
Una obra oscura del pintor, justo antes de suicidarse.
Un rectángulo negro y un rectángulo gris. Y muchas capas de cada color, tantas que los matices se multiplican como ecos en una cueva. Un cuadro lleno de pintura, aunque el vacío sigue ahí, llenándolo todo.
Sombras y luces que crean un paisaje -interior en este caso-, una representación pictórica de la desolación con esa línea de horizonte deslizándose de un borde a otro de la pintura, esa separación que transmite una oscura tensión, una sensación de belleza mórbida, como una hermosa marcha fúnebre.
Y no por casualidad… Rothko se estaba muriendo por dentro. Unos días más tarde se acabaría suicidando a primeras horas de la mañana del 25 de febrero de 1970. Llevaba años arrastrando una horrible depresión, a parte de esa aneurisma de aorta, que lo había dejado casi inválido, y por supuesto el abandono de su mujer Mell y un voluntario aislamiento de todo el mundo, amigos más que nadie.
Pese a todo siguió pintando. Sin importar que su arte pasara de moda y fuera olvidado por los arrogantes y frívolos pintores pop que escupían sobre su misticismo y seriedad. Nunca había tenido un gran aprecio por la fama, que tuvo que sufrir. Fue uno de esos pobres famosos que pagaron un precio muy alto por su inmortalidad. Pero siguió pintando porque aún sin ganas de vivir, nunca perdió las ganas de crear.