Retrato del Gran Duque Gabriel Kostantinovic
Tamara de Lempicka vivió buena parte de su vida de pintar retratos de ricos.
El duque, primo del zar y uno de los asesinos de Rasputín, viste un uniforme rojo lleno de caóticas cuerdas y nudos. Tiene una mirada espectral y refleja la muerte de la nobleza rusa.
Son los felices años 20. En 10 años de revolución, la aristocracia del país tuvo que vivir en el exilio y Tamara se encargó de pintarlos a todos para continuar su desenfrenado tren de vida: fiestas, orgías, cocaína y bisexualidad… En definitiva la búsqueda de la felicidad mediante el placer (hedonismo, le llaman…).
Porque la artista era ante todo hedonista, pero también excéntrica, inteligente, guapa y muy ambiciosa mujer y excelente pintora, siempre rodeada de la élite intelectual, artística y económica.
En esos tiempos había que ser snob: Bailar charlestón, drogarse, no dejar de moverse, amar la fugacidad… Todo rápido y sin pensar…
En su estilo Art-Decó casi se percibe ese perfume a Chanel y se puede sentir al Gran Gatsby, entre lo underground, la decadencia y el lujo total.