Gravelines
El joven Seurat quiso conectar el arte con la ciencia de los colores.
Del creador de «Domingo en la Grande Jatte» nos llega este paisaje parisino en el que Seurat lleva a cabo de nuevo otra de sus revolucionarias ideas sobre óptica: es nuestro ojo quien mezcla los colores puros y lo que a simple vista y de cerca parecen simples puntitos, de lejos se convierten todos juntos en obras de arte que muestran desde la Torre Eiffel hasta una modelo de espaldas, pasando como en este caso por paisajes como el del mar de Calais, en Gravelines.
En realidad a Seurat no le importaba demasiado el tema de sus cuadros, sino la técnica.
El impresionismo ya había indagado en estas ideas con sus pinceladas sueltas y sus colores brillantes, pero fue el joven Seurat con su Neoimpresionismo (también llamado puntillismo) el que empezó a obsesionarse con la ciencia de los colores.
Los impresionistas más hardcore (léase Monet y Renoir) nunca entendieron el arte de este chaval: sus pinturas eran demasiado mecánicas (algo contradictorio con el espíritu del impresionismo) y además el chico era un poco antisocial. Aparte de arte, no le importaba lo más mínimo temas que a ellos les apasionaban como la política, la música o la literatura.
Pero ahí estaba siempre Seurat… De juerga con ellos. Y al final acabaron por aceptarlo (en parte gracias a su máximo defensor Pisarro), abriéndose hueco poco a poco, hasta que el artista murió con sólo 31 años.