Un baño en Asnières
Deliciosos tragos de atmósfera.
Los personajes de Seurat tienen un tono de piel tan pálido, y se encuentran tan aislados entre sí, tan quietos y mudos, que no debería extrañarnos si descubriéramos que en realidad son alienígenas pasando sus vacaciones en los suburbios de París. Junto a las agradables aguas cerúleas del Sena a su paso por las fábricas de Clichy, cualquier habitante de nuestra galaxia (tal vez también de Andrómeda) puede adquirir nuevos colores de piel, jugar con el limo del fondo, estudiar de cerca a los mosquitos o tomar deliciosos tragos de atmósfera.
La de Seurat es una forma revolucionaria de estudiar y concebir la realidad: la bruma de delicados puntos del fondo (Georges aún no había perfeccionado aquí su técnica puntillista) crean una extraña calma que encuentra su réplica en el sopor veraniego que vemos depositado sobre la hierba, o en detalles como la sombrilla blanca del pasajero de la barca que transporta una flácida bandera francesa, señalándonos así la poca brisa que corre.
El verdadero protagonista del cuadro es el joven de rostro ensombrecido que rompe la diagonal de la orilla del río. Nos preguntamos qué pensamientos le cruzan por la cabeza. También destacan los sombreros, distribuidos en distinta posición, forma y color, que contribuyen a crear una interesante vida y equilibrio al conjunto.
Esta fue la obra con la que Félix Fénéon, el cazatalentos anarquista, empezaría a tocarles la moral a los impresionistas más acomodados y en fase de decadencia, que con una mano se dedicaban a pintar aburridísimas meriendas y con la otra señalaban a Seurat para reírse de él. Como Degas, por ejemplo, que le había puesto el mote de «notario».
A Seurat le importaron poco los apelativos despectivos. Nunca dejó de estudiar el color con precisión científica y poniendo (nunca mejor dicho) punto final, este mismo año y con este cuadro, a la última exposición impresionista, pues el arte más interesante se había trasladado a la muestra de artistas independientes.