Sin título
La erótica de las anti-máquinas.
Picabia une el Orfismo de ecos orgánicos con sus famosas máquinas inventadas, más o menos sofisticadas, y da lugar a imágenes tan potentes como esta, que parece el croquis de una especie de artefacto astronómico, matemático, nuclear o astrofísico.
A principios del siglo XX, las máquinas eran sinónimo de progreso. Los futuristas ya habían cantado a la belleza de la tecnología, pero tras la Guerra Mundial, un dadaísta como Picabia sabía que el mundo era más bien absurdo y que lo que realmente movía las cosas era el azar y el deseo. La existencia era anti-mecánica.
Años antes, en 1913, Picabia había viajado a Nueva York y durante este viaje, por alguna razón, le entró el gusanillo de las máquinas y la mecánica, hasta el punto de empezar a hacer retratos de sus amigos como artilugios mecánicos e incluso unir el mundo de la máquina con arte erótico (hay quien afirmó que las máquinas de Picabia responden a mismas leyes casi mágicas que las de la sexualidad humana).
Máquinas follando unas con otras, máquinas que fabrican máquinas, máquinas que son metáforas de lo humano, quizás más humanas que los humanos que habían destruido Europa.
A partir de ahí y hasta 1922 entró en su «etapa mecánica», de la que forma parte esta obra. En todo ese tiempo creó todo tipo de formas mecánicas, siempre improductivas, inservibles y estériles. Pero con su propia lógica interna y desde luego con una belleza indiscutible.