La mujer de la máscara
Una Máscara dice más que una cara.
—¿Qué es un artista?
—Bueno, un artista es un hombre que come fuego, que puede tragar fuego. Me temo que los estudiosos y las teorías no saben cómo tragarse el fuego.
¿En qué movimiento o corriente artística podemos meter a Francis Picabia…? La respuesta es obvia: en ninguno. O quizás en todos, algo también obvio.
Picabia se resiste a cualquier categoría o clasificación. Una pesadilla para un historiador ordenado y taxónomo. Un artista que bebió de todos las corrientes del arte moderno sin pertenecer a ninguna (puede que sí militara en el efímero dadaísmo), y además sin dejar de crear algo nuevo y renovarse a sí mismo… Y sin tomarse nunca en serio. Las personas serias huelen a carroña,
escribió una vez. Quizás por ello paso desapercibido entre tanto gran nombre, tanta seriedad.
Y eso hace que sea muy complicado distinguir un cuadro suyo. Picabia renunció a tener una «marca de la casa». Y eso es algo bueno para un artista: ser libre. Aunque eso no implica en modo alguno falta de personalidad. Más bien era una personalidad caleidoscópica.
Tomemos esta obra por ejemplo… No parece de Picabia. Y sin embargo no podría ser de nadie más. Ahí está condensado un poco de cada cosa que absorbió en su carrera: ecos expresionistas en la crudeza en el trazo, pero también del cloisonismo postimpresionista del siglo XIX con esos contornos marcados…. Esa gorguera barroca en el cuello… Cubismo, fauvismo… La sexualidad implícita de toda su obra. Surrealismo, lógicamente dadá… Las transparencias en las tetas, la máscara, la nariz puntiaguda, el fondo abstracto, la elegancia art-decó de la figura…
Cuanto más se mira el cuadro, más Picabia es, y menos lo parece.
Además de pintor, Picabia fue cineasta, coreógrafo, fotógrafo, creador de gamberradas, y poeta, un excelente poeta:
«El mayor placer es hacer trampa,
engañar, engañar, siempre engañar.
¡Así que engaña pero no lo escondas!
Haz trampa para perder, nunca para ganar,
porque el que gana se pierde a sí mismo.»