Triste herencia
Verano de compromisos.
Hablar de Sorolla es hacerlo de un grande. De un pintor para pintores, de un artista con mayúsculas y de un cronista social de su época con altas dosis de compromiso.
La obra que nos ocupa hoy se titulaba en principio Hijos del placer. Pero Sorolla, aconsejado por Vicente Blasco Ibáñez, le cambio el nombre y la tituló Triste herencia. De esta manera, su autor enfatiza más a los protagonistas del cuadro, los niños desvalidos y enfermos de poliomielitis que disfrutan de un día de playa.
En esta obra podemos apreciar varias cosas a la vez. Por un lado el amor de Sorolla por su Valencia natal y por otro su pasión por la pintura, ya que de alguna manera, sintetiza diferentes vanguardias decimonónicas y las funde con un costumbrismo español en el cual se ve la influencia velazqueña en esa luz mediterránea que le imprime a sus cuadros de manera tan maravillosa.
De Sorolla se han escrito muchos elogios como que pinta el oro de la luz y el color invisible del aire…
dicho por Vicente Blasco Ibáñez. Así como por Pérez de Ayala o Juan Ramón Jiménez. Sobre todo, lo que recoge Triste herencia es una enorme carga expresiva y sentimental que se mezcla con ese momento único de gozo y diversión de estos niños (considerados apestados o retrasados) que son de todo, menos culpables de sus enfermedades heredadas.
En cualquier caso, ya sea por su empecinamiento de pintar al aire libre, por sus conocimientos de la fotografía o por su genuino valencianismo mediterráneo. Con Sorolla me identifico, me emociona y sus pinturas me devuelven a mi infancia alicantina. (Gracias Mestre)