Un hugonote, el día de san Bartolomé, negándose a llevar una insignia católica para protegerse del peligro.
Sus miradas lo dicen todo.
Tal vez esta no sea una de las pinturas más famosas de John Everett Millais, pero me atrevería a decir que sí se trata de una de las más expresivas.
El artista quiso llevar a cabo una obra que hiciera referencia a un acontecimiento histórico que se produjo en París la noche del 24 de agosto de 1572, justo el día de San Bartolomé, cuando más de 3.000 parisinos protestantes que seguían la doctrina calvinista, o lo que es lo mismo, hugonotes, fueron asesinados a manos de los católicos, todo a causa de las guerras de la religión que tuvieron lugar en toda Francia por aquella época.
Pero Millais no representa la masacre, y aún así consigue tocarnos la fibra sensible con tan sólo dos personajes en una escena de tan reducidas dimensiones.
Lo que aparece en el cuadro es una pareja enamorada. Ella es católica, pero él es hugonote. La joven sabe cuál será el destino de su amado, por eso intenta envolver una cinta blanca en su brazo, que simbolizaba la lealtad hacia el catolicismo, y así podría salvarse. Trata de ponérselo mientras lo mira a los ojos, suplicante.
Pero él, decidido, se quita ese brazalete improvisado con una mano, y pasa la otra por el cabello de su amada, con suavidad. Le devuelve la mirada, dulce y a la vez determinante. Por mucho que la ame, se enfrentará a su destino, no se hará pasar por algo de lo que no es.
Es el movimiento que dan los dos a la tela blanca y sus miradas lo que nos emociona, saber como dos jóvenes enamorados no podrán tener un final feliz, lo más seguro es que esta sea la última vez que se ven, y el último abrazo que pueden compartir, la despedida.
El mismo año en el que Millais creó esta pintura, inspirado por una ópera que fue a ver en el Covent Garden sobre este lamentable hecho histórico, la expuso en la Royal Academy de Londres junto a una inscripción en la que explicaba el sentido de la tela blanca, que los buenos católicos debían atarse a su brazo para demostrar su lealtad. La pintura recibió elogios unánimes, y un año más tarde eligieron a Millais como miembro asociado de la Academia, la misma institución que sus compañeros prerrafaelitas tanto habían difamado. Fue así como esta legendaria hermandad comenzó a resquebrajarse.