Vasos y frutas
Bodegón protocubista.
En otoño de 1908, Picasso ya había pintado Las Señoritas de Aviñon, inaugurando oficialmente el Cubismo. Pero tras eso, en plena confusión después de ese revolucionario terremoto, y entre efluvios del opio en el que Max Jacob y Apollinaire le habían introducido, Picasso empieza a pintar tablillas de naturalezas muertas ocres, verdes, grises y marrones, a experimentar con el abandono de la perspectiva, la fragmentación de los planos, la simplificación de las formas.
Vasos y frutas forma parte de esa serie de experimentos. Bodegones claustrofóbicos en los que pretende darle rigor al cubismo, todavía en pañales. Con Cézanne siempre en mente, investigando la relación entre los cuerpos y el espacio circundante, difuminando la separación entre figuras y fondo, Picasso hace uso de formas cada vez más geométricas.
Por su taller se pasaba mucho Braque, y juntos colaborarían en la creación de un nuevo tipo de arte nunca visto, aunque siempre intuido, latente a lo largo de la historia del arte. Solo tenían que escavar un poco más para descubrir algo nuevo, como una vieja reliquia de otro planeta en una tumba egipcia.
Casi escultórica, con esos volúmenes robustos, es como si esta pintura quisiera dar solidez a un movimiento que iba a convertirse en una de las vanguardias más famosas de la época.