Daniel Firman
Francia, 1966
El escultor Daniel Firman crea obras alucinantes. Obras raras que habitan en nuestra realidad y por tanto nos hacen pensar y dudar sobre lo raro que es lo cotidiano. Hace dudar sobre qué es lo real, incluido el arte, por supuesto. Lo frágil que es lo que pensamos que es la realidad.
Firman chupa de artistas como Robert Morris y Bruce Nauman. También de la escultura más clásica. Después de todo aborda cuestiones antiguas como volumen, peso y densidad y utiliza las tradicionales técnicas escultóricas del modelado, vaciado la talla o la acumulación. Sin embargo su escultura es totalmente novedosa y original.
Comienza su carrera en 1991 y desde entonces muestra esculturas en las que el protagonista es a menudo la figura humana a tamaño natural. Son humanos, pero casi nunca muestran el rostro o la piel. El rastro de humanidad se ve más bien en sus ropas o sus movimientos. Y sobre todo su comportamiento en el espacio. Pero nada de identidad, siempre con el rostro tapado, oculto o borrado. Quizás así —paradójicamente— sea más fácil identificarnos.
Firman a menudo quiere desafiar las leyes de la física tales como la gravedad. Gente y cosas a punto de caer, o cargando excesivo peso. Después de todo es escultor, que es casi como un científico que debe tener en cuenta conceptos abstractos como la fuerza, el equilibrio, la tensión… Y como artista, su deber es traspasar líneas.