Fernand Pelez
Francia, 1843–1913
«Cuando las generaciones futuras de historiadores del arte reconstruyan estos años, que no se olviden de Fernand Pelez».
Estas palabras fueron pronunciadas por el ilustre historiador de arte americano Robert Rosenblum, quien casi un siglo más tarde, sobre 1980, sacó del más absoluto ostracismo a un pintor que, sin embargo, tuvo éxito en los famosos salones de arte del París de finales del XIX y principios del XX, donde exhibían sus obras artistas de todo el mundo.
Triunfar en esas exposiciones, generalmente controladas por los academicistas y que, en general, marginaron a impresionistas o post impresionistas, se convirtió poco más tarde, en plena explosión de esos dos movimientos, en sinónimo de pintor irrelevante durante casi todo el siglo pasado.
Lo cierto es que la irrupción del realismo impulsado por Courbet a mitad del XIX no pudo ser más transgresor, y a éste le siguieron otra importante cantidad de seguidores, que entraron en colisión directa con los impresionistas. Los realistas del XIX, cuya huella se remonta a Caravaggio y Ribera dos siglos y medio antes, fueron así tachados y rebajados como «fotorrealistas» ya desde 1890, en plena explosión de la fotografía.
Algunos de estos naturalistas se dedicaron a plasmar escenas costumbristas, retratos, desnudos, paisajes, etc. Pero los que más lejos llegaron fueron los que usaron la plasmación real del entorno en el que vivían para denunciar las gravísimas diferencias económicas existentes, dando así origen al realismo social.
Fernand Emmanuel Pelez de Cordoba d’Aguilar, conocido como Fernand Pelez fue hijo de un ilustrador y caricaturista nacido en Córdoba llamado Raymond Pelez —que desarrolló su carrera en París—, por tanto, con orígenes andaluces. Se inició en el academicismo historicista reinante de la segunda mitad del siglo XIX, en Francia, siendo discípulo de Alexandre Cabanel, uno de los máximos exponentes de esta corriente.
Pero, a pesar de su éxito inicial en el academicismo, en la década de 1880 tuvo la valentía de evolucionar hacia una plasmación de la dura realidad que padecía buena parte de la sociedad, de la miseria pura y dura, en especial, de los niños. Se convierte así, dos siglos después, en un versionador de las imágenes costumbristas y alegres de los niños callejeros de Murillo, pero dotados de un dolorosísimo halo de tragedia en estado puro.
Sus impactantes imágenes, plasmación pictórica de lo que escribían ilustres literatos como Dickens, Andersen o su amigo Zola, crearon mucha polémica en una sociedad que sólo entonces empezaba a despertar de lo que significaba la tragedia de los niños indigentes.
Tras asentarse como el pintor de la miseria, y ser por igual rechazado y alabado en los salones de París, en 1896 presenta su obra más ambiciosa y monumental, L’Humanite! (de la que hoy solo queda registro fotográfico), que no logra cosechar el éxito que él esperaba, lo que le causa una profunda decepción. A partir de ese momento, Pelez nunca vendió ni exhibió otro cuadro, pasó a una vida solitaria y contemplativa. Cuando algún marchante preguntaba por él, respondía: Yo no soy el tapicero de los burgueses; tal vez algún día pinte la miseria de los ricos, y será terrible.
Murió en su estudio en 1913.
La pintura a contracorriente de Fernand Pelez y su aislamiento no le impidió ser miembro del jurado del Salón de los artistas franceses entre 1894 y 1912. También, poco antes de morir fue nombrado Oficial de la Legión de Honor francesa.
Vivió en el barrio de Montmartre, cuna de impresionistas y postimpresionistas, donde coincidiría con pintores supuestamente más revolucionarios y radicales, como Degas, Toulouse-Lautrec o Signac. Su trayectoria aúna el academicismo y la bohemia innovadora, no tanto en su técnica como en su temática, aspectos ambos que se suelen considerar incompatibles y opuestos.
A su muerte, se publicó un emotivo homenaje, en el que se decía: Al llamarlo pintor de vagabundos, marginados, desafortunados, el mundo no lo bautiza correctamente. Era un místico, les otorgó a los mendigos la ejecución pictórica más pura y fina que los sueños puedan concebir. Su pincel ha enjugado las lágrimas de dolor injusto del rostro de los infelices.
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Poco tiempo más tarde, pasó al olvido durante casi un siglo. En España, sigue prácticamente inédito, a pesar de sus orígenes.