Los acróbatas
Muecas y miserias.
«No ha de poderse citar entre los cuadros de Ribera uno solo que sufra la comparación con el nauseabundo de Mr. Pelez, titulado el Nido de miseria, y presentado en el Salón de París de este año».
Quien así escribía en el año 1888 era Augusto Danvila y Jaldero, escritor e historiador valenciano, que para diferenciar el realismo de temática religiosa de su paisano Ribera del crudo realismo de denuncia social, no dudó en poner a parir a este tal Pelez, sin tener en cuenta que toda la pintura realista es deudora del binomio Caravaggio-Ribera.
Pero, ¿quién era este pintor? Fernand Emmanuel Pelez de Cordoba d’Aguilar, conocido como Fernand Pelez fue hijo de un ilustrador y caricaturista nacido en Córdoba llamado Raymond Pelez —que desarrolló su carrera en París—, por tanto, de origen español. Se inició en el academicismo historicista reinante de la segunda mitad del siglo XIX en Francia, para ir evolucionando hacia un realismo de denuncia social, que había puesto Courbet en boga.
Si se trataba de plasmar con autenticidad la dura realidad que padecían buena parte de la sociedad, casi nadie llegó tan lejos como Pelez en la plasmación de la miseria, en especial, en los niños. Se convierte así, dos siglos después, en una evolución y un contrapunto de las imágenes costumbristas y alegres de los niños callejeros de Murillo, pero dotados de un dolorosísimo halo de tragedia en estado puro, lo que le convierte en un autor «nauseabundo» para ciertos privilegiados sociales.
Su obra maestra es el cuadro Grimaces et misères. Les saltimbanques, que traducido sería algo así como: Muecas y miserias. Los acróbatas. Ya solo las gigantescas proporciones, más de seis metros de largo, son una provocación. Un cuadro de estas dimensiones y con un formato tan horizontal, en forma de friso, estaba destinado a grandes acontecimientos históricos o mitológicos.
Pelez lo que plasma es un grupo de perdedores, avanzando de izquierda a derecha por todas las edades del ser humano. Prevalece la resignación, el hastío, la falta de futuro de esos niños asqueados ya con su presente. Su porvenir es una vida llena de tristeza, representada no sólo por esa turbadora «orquesta francesa» o por esos dos papagayos y un mono encadenados, sino también por la figura de una mujer de avanzada edad, que se esconde tras ese supuesto grupo de hermanos, además con el mismo tipo de ropa infantil, lo que acentúa el patetismo.
El cuadro, tras presentarse en la exposición de París de 1888 del Palais de l’Industrie, y ser comprado por el ayuntamiento parisino a la muerte del artista en 1913, estuvo colgado en un psiquiátrico, en una biblioteca y, sobre todo, oculto en depósitos municipales durante décadas.
Sólo a finales del siglo XX fue rescatado y a su autor se le empezó a valorar, con una retrospectiva en el Petit Palais en 2005, donde cuelga el cuadro de forma permanente. En España, Pelez es casi un desconocido. Para el Museo del Prado, que está dibujando un futuro con mayor perspectiva de género y social, traer la obra del casi inédito Pelez —al fin y al cabo, de origen andaluz— sería un enorme acierto.