Isabel Quintanilla
España, 1938–2017
Fue una artista visual que formó parte del grupo conocido como Realistas madrileños, compuesto por pintores y escultores realistas que vivieron y trabajaron en Madrid. El grupo lo formaban, además de Isabel, Antonio López, María Moreno, Esperanza Parada, Amalia Avia y los hermanos Francisco y Julio López Hernández. Eran mucho más que un grupo artístico. Eran amigos y familia y permanecieron unidos toda la vida.
Todos se conocieron en la capital madrileña a principios de los años cincuenta, donde estudiaron juntos. Isabel ingresó en 1953 en la Escuela de Bellas Artes y finalizó con éxito sus estudios seis años después. En 1960 obtiene una beca como ayudante de dibujo en el Instituto Beatriz Galindo. Poco después se casa con el escultor Francisco López y se trasladan a Roma, donde viven cuatro años. Este viaje fue determinante para su carrera ya que conoció al dueño de una galería alemana, que se convertirá en su marchante y durante más de treinta años tuvo en exclusiva la venta de las obras de la artista.
En España no tuvo un gran reconocimiento, pero sí en el extranjero, donde su obra se puede contemplar en museos de Múnich, Hamburgo y Washington. En palabras suyas: En España eras mujer. No eras nadie, no pintabas. La consideración como pintora la logré en Alemania. Pintora, no mujer. Les encajó muy bien el realismo, les gustaba.
Dotada de gran talento técnico, pintaba una realidad cercana, cotidiana, cuyo principal elemento es la luz. La luz crea el espacio, las formas, define los volúmenes. La mayoría de sus pinturas son bodegones, vistas de exteriores e interiores, elementos cercanos y cotidianos, domésticos, ventanas, umbrales.
El género de la naturaleza muerta será el tema común de Quintanilla y su grupo, un género que excluye a la figura humana, pero que habla constantemente de ella, de sus huellas. Representan la existencia del ser humano por medio de la ausencia y el silencio. Así podemos ver un cuarto de baño o una habitación de costura vacía de figuras, pero con las huellas de los que habitan estos espacios.
Hace de lo pequeño e invisible, de la realidad más cotidiana y vulgar, el motivo de sus cuadros. Con una narración minuciosa, casi miniada, exalta la soledad de una forma poética. Es como si nos dijera: hay que ser espectador de la vida.