Maxfield Parrish
Estados Unidos, 1870–1966
Maxfield Parrish. Con ese nombre es evidente que era un tipo elegante. Un artista que trabajó la pintura, el cartel y la ilustración, y se nota. Y se entiende su éxito. Nada que ver con Rockwell y otros ilustradores americanos de la época. Su estilo era más fantasioso, más de otro mundo, más «etéreo» —a saber qué significa esta palabra en realidad, pero define perfectamente lo que hace—. Hay quien por temática, estilo y el uso de la proporción áurea lo considera uno de los últimos artistas neoclásicos, una verdadera ucronía.
Nacido en el siglo XIX, consagrado en el XX, se ve que a Parrish le gustaba el color. El color saturado concretamente. Pero no estilo Miami. Digamos que con más estilo, con más elegancia, con más sofisticación. Como si un artista neoclásico creara en los años 20, empapado de una cultura Art Decó. Hasta su arte se podría calificar de psicodélico.
Es conocido por la técnica de glaseado, utilización de un barniz sobre varias capas de pintura a la vez. Esto da ese brillo característico. Y TODOS los ilustradores de fantasía posteriores le deben algo.
Hijo del pintor y grabador Stephen Parrish, discípulo de Howard Pyle —de ahí quizás ese romanticismo que empapa su trabajo-, Parrish colaboró con las típicas revistas de los Estados Unidos de la época y se hizo un nombre como excelente y elegante ilustrador. De hecho, sus pinturas son popularísismas. Algunas de sus obras está impresa en uno de cada cuatro hogares estadounidenses. Ahí es nada.
Doncellas recostadas, montañas multicolor, cielos azul cobalto… Parrish creó utopías.