

Adán y Eva
A la italiana.
Estos dos cuadros son independientes pero complementarios. Un hombre y una mujer con evidentes rasgos nórdicos, los dos zurdos, por cierto. Uno bronceado, la otra de un rosado pálido.
Son Adán y Eva en pelota picada (aunque estratégicamente tapados), a tamaño natural y por separado, los dos aislados: en vez de hablar de Eva haciendo caer a Adán, habla de cierta igualdad, al menos desde un punto de vista de jerarquía compositiva. Aunque ella es la que interactúa con la serpiente y tiene el árbol al lado.
Así decidió pintarlas Durero tras un viaje a Venecia que le voló la cabeza.
El alemán descubrió ese nuevo arte que se estaba haciendo en Italia, y vio hacia dónde iba la pintura en temas de color, perspectiva, composición, anatomía e incluso matemáticas. Un nuevo mundo se abría. Era el Renacimiento, y Durero lo llevó a Núremberg, donde no se llevaban precisamente los desnudos a tamaño natural (y para colmo en pinturas no murales). Al menos puso como excusa a los dos nudistas más famosos de la Biblia, Eva y Adán, justo antes de comer la fruta prohibida y sentir vergüenza de sus cuerpos.
Conozco a mucha gente obsesionada con esos suelos pedregosos, y por alguna razón se quedan mirándolos durante horas más que los cuerpos. Desde luego, Durero le da también protagonismo a ese lacónico paisaje.
Las pinturas recorrieron toda Europa. Al final, la reina Cristina de Suecia, que prefería el arte italiano, se las regaló a Felipe IV y por eso están en el Prado, según no pocos, el mejor museo del mundo.
Albrecht Durer