Amor sacro y amor profano
El amor está en el aire.
Dos mujeres que son la misma. Un cupido mete la mano en la fuente decorada al estilo grecorromano. Hay algo de sueño en este cuadro que evidentemente simboliza algo elevado, filosófico.
El Renacimiento trajo el neoplatonismo frente al neoaristotelismo de la Edad Media. Para estos humanista, el motor que impulsa a las cosas hacia Dios es el amor, que no era otra cosa que la búsqueda de la belleza divina. Y el amor puede ser profano, como el de la mujer a la izquierda, lujosamente vestida y enjoyada, que simboliza la efímera felicidad de la Tierra; o puede ser divino como la mujer desnuda de la derecha, la felicidad eterna del Cielo.
La belleza terrenal, según un neoplatónico, es un reflejo de la belleza celestial y no una autopista hacia el infierno, como muchos pensaban en la edad media.
Según el más que respetado Panofsky, gurú de la historia del arte, el renacentista tardío Tiziano, adoptó estos conceptos para mostrar el amor humano (Venus Vulgaris) en contraposición del amor divino (Venus Caelestis). Un contraste entre lo terrenal y lo celestial simbolizado en estas tres figuras de regusto clásico (es lógico pensar en Venus, diosa del amor) que descansan apaciblemente sobre esa fuente. La armonía es evidente.
Al fondo, a la derecha hay una ciudad fortificada y dos liebres, y a la izquierda una iglesia, enfatizando el hecho de estar ante un contraste armónico entre lo terrenal y lo espiritual.
Tiziano, respetado tanto hoy como cuando creaba, fue un tipo de éxito, millonario. Tenía el mundo a sus pies y recibía apulentos honorarios tanto de los políticos de la izquierda como de los curas de la derecha. Neoplatónico puede, pero muchas voces lo acusaron de demasiado codicioso en cuanto al dinero y de no pintar en su vida ni un solo cuadro si no era por razones económicas.