La Gloria
La última visión de Carlos V.
Augsburgo, 1551. Carlos V, en plena guerra contra la Liga de Esmalcalda y el protestantismo, concierta un encuentro con Tiziano.
El genio de Pieve di Cadore fue el retratista y pintor por excelencia de la Casa Austria en España desde la década de 1530, y en esta ocasión recibió el encargo de la que será la obra más importante del final de la vida del Emperador, La Gloria.
Tiziano, siguiendo las instrucciones que el Monarca le había dado, lo representa arrodillado frente a la Trinidad, vestido con un sudario blanco y la corona en el suelo, una representación extremadamente humilde, insólita para alguien que ha sido soberano de medio mundo. Lo acompañan su difunta esposa y sus hijos, así como otros miembros de su familia. Tiziano, que no quería perderse la escena, se autorretrata junto a su amigo y poeta Pietro Aretino.
El lienzo traza una composición ascendente, desde los peregrinos que observan el increíble espectáculo que acontece sobre sus cabezas, hasta la Trinidad juzgando a Carlos V.
La túnica azul da al Padre, al Hijo y a la Virgen un protagonismo incluso mayor que el del Emperador. Esto deja claro que Ellos son lo realmente importante del cuadro, los que están por encima de cualquier monarca y cualquier poder terrenal.
La escena se completa con otros personajes bíblicos como San Juan Bautista, San Juan Evangelista y personajes del Antiguo Testamento como David, Noé o Moisés.
El Emperador vivió el fin de sus días obsesionado con su propia muerte. De hecho mandó organizar su propio funeral aún en vida, al que acudió como un monje más.
El 21 de septiembre de 1558 ocurrió lo que había estado ocupando su mente desde que delegó la Corona en su hijo Felipe. Un anciano y enfermo Carlos V expiró en el Monasterio de Yuste, en un suspiro de Ay, Jesús,
agarrado al crucifijo de su esposa y contemplando La Gloria.